La retórica, que merece una valoración mayor
de la que se le otorga en una sociedad dominada por la hegemonía de la ciencia
natural y de la técnica, exige, hoy más que nunca, ser considerada como un
elemento básico en la formación ciudadana. La retórica, teóricamente organizada
por Aristóteles, supuso primero un descubrimiento de la manera natural humana
de razonar inventando, a partir de ello, un método y un aparato conceptual y
analítico que nos ayude a ser conscientes y críticos del uso del lenguaje y a desarrollar
una técnica del pensar y del hablar mediante reglas discursivas para evaluar,
deliberar y opinar. Esto permite elaborar una graduación de las alternativas
posibles en todo aquello que es conveniente y aceptable en el terreno del
conocimiento y de la acción. Una formación retórica integrada en la enseñanza
escolar educa al ciudadano en el arte de valorar los hechos y decidir las
acciones.
El potencial que encierran las aportaciones de la tradición retórica debería ser aprovechado en la formación de la ciudadanía por quienes se proponen diseñar las políticas educativas actuales, dado que lo fundamental para un ciudadano de la sociedad moderna es la necesidad de dominar críticamente el lenguaje, lo cual nos permite precisamente una comprensión y orientación crítica de la acción humana. Frente a la educación entendida como un simple «conformar», en el sentido de «reproducir» el orden social y cultural (a menudo también el político), que acoge los saberes de un modo acrítico y tendencialmente dogmático, se impone en la actualidad un examen crítico de estas nociones orientado a la elaboración de un saber crítico-radical ligado al sujeto y sus necesidades, a la trans-formación social, a una cultura capaz de sustraerse, mediante la deliberación y la elección, al dominio social y de pensar y querer prefigurar nuevos órdenes subjetivos, culturales, sociales y también políticos.
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